miércoles, 10 de octubre de 2012



ASALTO  AL PUESTO DE MANDO.

Escalofriante relato de la incursión nocturna realizada después de las labores de limpieza de la batería J-4 por el aguerrido basurilla Jesús Fariñas y de cómo hubo de enfrentarse a  los elementos y escabullirse de los pobladores nocturnos manteniendo su culo seco y su reputación (de flipao) intacta.

     Caía la tarde de un sábado de incursiones en los túneles subterráneos de la batería J-4 cuando me despedí de mis compañeros de acción con el firme propósito de tomar el puesto de mando situado sobre el faro de Cabo Silleiro e instalar allí mi vivac para mantener la posición hasta la llegada del alba. El plan era sencillo en un principio; preparar una mochila con lo necesario y trepar por el resbaladizo sendero  procurando no ser visto cuando el haz de luz del faro barriese la ladera. Una vez arriba penetraría en las instalaciones y tras inspeccionarlas me dirigirá al bunker de observación desde donde podría vigilar los movimientos de quienes se acercarían a las baterías durante la noche.  El puesto de mando está bastante maltrecho, conservando la cubierta en solo un par de estancias. El búnker de observación es una de ellas pero su diseño , abierto en una franja, no lo hace óptimo para resguardarse. En el resto el suelo está alfombrado de cascotes y excrementos de cabra. A pesar de las advertencias sobre lo poco idóneo de mi elección decidí mantener en el búnker mi vivac para aprovechar la buena vista. El viento había comenzado a soplar con fuerza y las corrientes de aire, al entrar por la abertura de observación y por la puerta, que daba a una estancia descubierta, creaba en el lugar un rebufo alocado de aire cargado de pequeñas gotas. No fue fácil acomodar esterilla, saco y lona con tal ventolera, todo amenazaba con salir volando en cuanto no tuviese mi peso encima. Sabía que no sería una noche tranquila para estaba decidido a mantener mi posición con terquedad así que cené un poco de pan duro y queso, realicé mi última comunicación del día con mi base en Ourense y me sumergí en el saco cerrando los ojos al momento. Eran aproximadamente las 22:30.

                             

    Me despertó el viento de forma violenta. Aprovechando los pliegues de la lona que me envolvía el aire era capaz de zarandearme como a un muñeco. El ulular adquiría una intensidad inquietante y las gotas de agua eran más gordas y penetraban en ráfagas haciendo que pareciese que estaba durmiendo en un barco en medio de un intenso oleaje. Ciertamente se había desatado un temporal y no era la primera vez que esto sucedía estando yo haciendo vivac.
    Como si de una maldición se tratase, los elementos me habían jugado malas pasadas en diversos lugares estando yo expuesto, sin más cobijo que un poncho y un saco. Una vez en ocurrió en Baroña y pude ver, desde mi exiguo refugio, como un helicóptero de aduanas o rescate barría el mar con su foco mientras el viento lo zarandeaba como a un juguete amenazando con estamparlo contra las olas. En otra ocasión, en el teixadal de Casaio, el viento destrozó el vivac donde dormíamos un compañero y yo en mitad de la noche dejándonos con los sacos y ropa calados y obligándonos a una retirada desesperada por la cresta de la sierra del Eje acribillados por granizo e inclinados contra el viento mientras sonaban las alarmas de las minas tocando a desalojo.
    Pero a pesar de mi molesta situación seguía pensando que amainaría y que mi lona, en ese momento ya rajada en varios puntos, impediría que el agua entrase en cantidad suficiente para calar mi saco. Al poco rato, sin embargo, noté humedad en mis piernas. El agua me estaba atacando por debajo. El búnker se estaba inundando. Solo quedaba una opción; recoger lo más rápido posible para que no se acabase de empapar el equipo y prepararlo todo, en una de las estancias cubiertas, para descender lo más rápido posible por la ladera hasta mi furgoneta.  Con el casco en la cabeza, la mochila a la espalda y sin encender mis luces para no revelar mi posición me lancé ladera abajo esquiando más que andando, pues la tierra corría bajo mis piés y me hacía deslizarme mientras el viento ululaba ferozmente y me escupía ráfagas de lluvia gruesa y fría. El barrido de luz del faro parecía perseguirme y de pronto, como para rematar esta estampa pseudobélica, explotaban con estruendo y muy cerca de mi posición bombas de palenque que seguramente indicaban el inicio de la fiesta que se iba a celebrar en las baterías. Deslizándome y saltando en la oscuridad (no sé si con talento de exguerrillero o fortuna de ignorante) conseguí salvar los últimos metros que me separaban de mi acogedora furgoneta y me metí en ella tan pronto encontré la llave, la cual  llegué a pensar que me había dejado arriba.

    A la 1:09 recibí comunicación de Álvaro preocupándose por mi situación y ofreciendo refugio.  El puesto de mando había  caído.  No pude, en fin, mantener mi posición como había pensado pero ha merecido la pena vivir esta aventura para recordarme lo pequeño e insignificante que es el hombre cuando los elementos  desatan la furia de la naturaleza. http://www.facebook.com/bateriasriasbajas/events

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